Tal como afirma Buying-Chul Han –“La crisis existencial de la modernidad, como crisis de la narración, se debe a que ambas van cada uno por su lado”. No obstante, en el artista visual argentino Tadeo Muleiro (1983, Argentina). Que vive y trabaja en Buenos Aires. ese escollo no es del todo insalvable, dado que ha sabido articular un lenguaje en cuya fenomenología se inscribe una narración visual surgida del inconsciente, y al igual que un ventrílocuo nos creer es un artista otro, disfrazado en medio de la acción. Cobijado por una técnica llamada in media res, que permite que la trama de la historia se revele mediante recuerdos y escenas retrospectivas.
Lo sorprendente es que raramente nos encontramos con un artista con capacidad para amalgamar los saberes de una espiritualidad ancestral con la cultura mainstream, y todo cuanto se convierte en tendencia o acaba siendo de culto, y no deja de ser estimulante que, si bien experimenta con la óptica del chamán o el hechicero, también puede ser simplemente Tadeo. En ese contexto, cada escena da para pensar, ya que vemos como las fronteras se desvanecen, producto de un rito ceremonial que es un acto de reparación y recogimiento con el cual Muleiro devela las fisuras de los pueblos originarios. Agrietamientos que terminan en una singular representación, la cual supone despojarse de la subjetividad, no así de ciertos referentes autobiográficos, que afianza a través del simbolismo histórico, con los que enfrenta “la institucionalidad de lo real”. Los que por cierto combina con referentes claves para su trabajo como el artista argentino Xul Solar y su universo pictórico/esotérico, el afroamericano Nick Cave y sus Soundsuits, la escultura blanda de Ernesto Neto y Marta Minujin entre otros, y todo sumado al mundo del cómic, el anime y el cine de ciencia ficción, más diversas referencias de la cultura pop.
Así, lo atávico se mezcla con lo vernáculo, retomando los vínculos con el imaginario de diversas culturas ancestrales, con ecos venidos del norte argentino y Latinoamérica, como en el video "La Salamanquera" (2014) imprimiéndole una perspectiva más contemporánea a la leyenda de la Salamanca del norte y sur de Argentina. Además, recurre a referentes de Asia y África e incluso de su imaginario más interno -entre y más allá de lo que se pueda expresar con palabras- evocando relatos mitológicos sudamericanos contados por su padre (también escultor), muchos remitidos a su infancia, con trajes de monstruos creados por su madre, quien además le enseñó a cocer. Creaturas invocadas y emuladas como inolvidables seres, encarnados en grandes piezas escultóricas textiles, donde tanto el molde, el hilván y la costura; es realizada por el mismísimo Muleiro.
Vertientes multidisciplinares, a través de las cuales alimenta sus propios mitos, los que como es lógico, devienen en un rito que, supera la malignidad, no así una ferocidad determinada por una “insurgencia cromática” que desde ya lo hacen ver, no sólo ungido de misterio, sino también de exuberancias, que están en constante transformación. Tal como lo describió en La eficacia del arte (2016), José Luis Tuñón – “Aquellos rostros fieros del terror se convierten, entonces, en una mezcla rara - como corresponde al arte - de juguete y vestido disponible. No es difícil proyectarse en ellos y arroparse en la amable compañía de unas serpientes milenarias. Podemos estar seguros de evocar el asombro de lo sagrado ante la vista de estas criaturas, pero también de que allí hay lugar para nosotros y nada puede hacernos daño”.
Pero no todo es inocuo, y Tadeo Muleiro lo experimentó en carne propia, cuando su padre fue asesinado el 2014 y, por si fuera poco, luego del hecho, sobrevino un incendio donde, aunque parezca difícil de imaginar que después de una catástrofe de esa magnitud, se fueron reavivando todos los leños de su memoria, y como dijo Sófocles en “Antígona” – “Quién sabe, quizás los muertos tengan otras usanzas”. Un hecho clave, que terminó materializándose en el video llamado “El Padre” (2015), obra donde asume la pérdida y el duelo, vistiendo un traje cubierto de espejos, con el que deambula largamente sobre los cimientos del hogar convertido en cenizas. Una foto familiar y un conjunto de piezas escultóricas realizadas por su padre son los justos testigos que cierran este rito fúnebre, y que lo conectan intrínsecamente con otras obras que también abordan a su faceta más emotiva, como “Papá y mamá” (2006), “El hijo” (2008), “La casita” (2010), “Los hermanos” (2010), “El abuelo” (2012).
Aunque también, sus propuestas artísticas lo hacen ver como el portavoz de una historia inconclusa entre lo ancestral y lo real, vez que agrega no sólo colorido a una no menos opaca vida citadina, presa de su obsecuente pasividad, sino propiciando el desborde con todo un despliegue de simbolismos, y una sensación atemporal, sustentada en una práctica revestida de una insurgencia conceptual que va de la provocación a la reflexión, y en cuya dialéctica subyacen una serie de vibrantes acciones: con videos y performance donde el traje es una escultura habitual-habitable que lo eleva a la categoría de performer, permitiéndole encarnar un atuendo con el que devela distintas historias que unen el pasado más primigenio, con su universo autobiográfico, y donde cada personaje de este ámbito mitológico construye nuevas alteridades y alegorías que se constatan en sus últimos proyectos del 2023 como “Animus & Anima” (Suiza), representando las formas arquetípicas de lo femenino y lo masculino que conviven dentro nuestro, “The Noaide” (Finlandia) con un traje que hace referencia a la vestimenta Sami, pueblo originario nórdico, y “Collective Tótem, El Thunderbird o Pájaro de Trueno” (USA.) representando los tótem realizados por nativos norteamericanos.
Todos, referentes de gran potencia, y que lo conectan a través de una monumentalidad textil revestida de significados, vez que se convierte en un espíritu indígena, mismo que irrumpe en la ciudad para manifestarse, frente a la estatua de Julio Argentino Roca, el principal artífice de la campaña de exterminio y usurpación de las tierras de los pueblos originarios argentinos. Un vívido ejemplo de cómo este artista ocupa la raigambre prehispánica, y una serie de sincretismos para no sólo sentirse un poseedor de una plusvalía que le da licencia para retrotraer una narración tan plural como Latinoamérica, sino para sentirse un testigo más, víctima de esta cultura antropofágica que suele naturalizar el sacrificio, hecho que remarca el propio Muleiro - “Para el pensador francés Georges Bataille el acto sacrificial no es matar, sino abandonar y dar. Supone salir de un mundo de cosas reales y devolverlas a una inmanencia sagrada, transgrediendo los límites y las prohibiciones establecidas. Los chamanes han funcionado y siguen haciéndolo como los mediadores entre mundos, navegan entre el universo mítico y el universo profano, salen de los límites dados y conectan este plano real con otras realidades. Me gusta pensar estas ideas en la actualidad como una posible abertura, una posibilidad de transgresión al orden lógico de las cosas en una vida contemporánea cada vez más opaca.”.
A fin de cuentas, la luminosidad y la lobreguez son sus componentes esenciales, y se supedita a esos fantasmas, lo que quizás parezca pintoresco, porque su arte, en gran medida, es consecuencia de una inevitable apropiación cultural, remitiéndolo a un territorio donde, cual paradoja, el realismo mágico se presenta en multiplicidad de formas, por el simple hecho de ser parte de nuestra epidermis, y Muleiro lo demuestra siendo un artista profundamente argentino, pero también entrañablemente Latinoamericano e incuestionablemente universal.