Era muerte, macho y hembra, de sexos grandes y grande vientre.
De ello brotaron los animales sagrados, las calaveras de la risa.
A ello adoraban hombres y mujeres y a su abrazo volvían cuando
el largo sueño sellaba sus ojos.
Papá y Mamá lo llamaron y agradecidos
sonreían como niños al ver el vientre claro de todo lo que une.
Se daban alegría de agua mansa en el vientre de todo lo sereno;
lucha y rabia en el sexo iracundo, allí,
donde todo avanza para abrirse camino.
Hombres y mujeres se reconocían
y entregaban al sexo de nubes
donde todo se abisma
y consumaban nuevos hijos
en el vientre de todo aquietamiento,
allí, donde el tiempo hizo su primera mueca.
Papá y Mamá lo llamaron,
Papá y Mamá de todo lo que existe
y al pronunciar su nombre sentían
hasta en sus sombras calor y frío.