¿Puede proponerse el mito? La tradición dice que no, que no es asunto de propuestas; que es un asunto de sabiduría, y de la vieja, de esa que ya no necesita andar probando la eficacia. Esa que acostumbrada al olvido, se las arregla, una y otra vez, para sostener la creencia que le da sentido.
¿Pero no nos sobra incertidumbre? ¿Y no eran los mitos una forma de aliviarla? Sí, pero no es fácil hacer pie en una catástrofe que anuncia un fin a cada rato mientras entretiene a todo el mundo con objetos. Y no es que los artistas no lo intenten, de hecho se han ocupado por siglos de anudar objetos y creencias. Es aquí donde hay que señalar el valor de esta obra: la sabiduría con la que Tadeo Muleiro acertó el rumbo trayendo de nuevo los mitos sin estridencias inútiles. Sin competencias perdidas con la industria. La propuesta, porque se trata de algo tan amable como una propuesta, es más simple: recuperar los viejos rituales, como el juego sencillo de probar cosas o de gustar de los colores y las formas. ¿Así nada más? No por cierto. Por eso hablo de rumbo, por que el arte no solo ofrece su producto, también expande su influencia y de ahí la esperanza en que alguien acierte. Muleiro no ofrece justificaciones sino, más bien, convoca a aquellos dioses de uso reservado aunque probablemente extendido a que nos digan lo que saben.
Y por su acto aquellos rostros fieros del terror se convierten, entonces, en una mezcla rara - como corresponde al arte - de juguete y vestido disponible. No es difícil proyectarse en ellos y arroparse en la amable compañía de unas serpientes milenarias. Podemos estar seguros de evocar el asombro de lo sagrado ante la vista de estas criaturas, pero también de que allí hay lugar para nosotros y nada puede hacernos daño. El misterio en todo caso es cómo han vuelto al juego, como han conseguido mantener su dignidad sin convertirse en uno más de los tantos objetos que nos pueblan. Y hay que volver a hablar de sencillez, la de los oficios milenarios, por ejemplo, como cortar las formas uno mismo, con los viejos criterios del gusto, que hasta no hace tanto nos permitía anudarnos con el mundo. Pero hay más, porque la ofrenda de estos artefactos no corta los lazos con los dioses del origen. Y aunque no nos dejan olvidar la piedra dura donde aparecieron, ofrecen ahora la tela, que evoca la piel y el cuerpo que contiene. Así, protegidos por la ternura, porque se trata de ternura, podemos adentrarnos en estas ominosas criaturas, asomarnos a sus cavidades y en íntima consonancia con su cuerpo dejar resonar los viejos misterios. Los de la muerte, el sexo, el dolor y el miedo. Y así como demuestran que el juego mantiene su eficacia de rito, nos invitan a probar que el gusto y la curiosidad todavía son nuestros.